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domingo, 31 de julio de 2011

Noruega: sangre sobre los fiordos

Los noruegos frente a la tragedia
Por Mirta Balea



Debería lanzarse por iniciativa popular un carnaval a escala planetaria como el de Notting Hill, en Londres, y por las mismas razones: llamar al entendimiento entre la gente, respetar las diferencias, abogar por una sociedad tolerante y contraria a la xenofobia y al racismo en todas sus manifestaciones.


La situación de Europa ahora mismo clama por esta concordia, que reluce cada agosto en el carnaval londinense desde sus comienzos en los años 60, cuando el proceso de des-colonización impulsó una fuerte inmigración de las otrora colonias a sus metrópolis.


Un ambiente de hostilidad se creó en la zona de Notting Hill, cercana al famoso Hyde Park, con la llegada de inmigrantes caribeños. Como suele ocurrir en estos casos, los nacionales comenzaron a culpar a los extranjeros por la falta de trabajo y oportunidades y rechazaron su rasgo diferencial, plagado de colores y bailes típicos, de modales desenfadados y de mitos nuevos. Así nació el carnaval, que ha devenido en uno de los más importantes del mundo.


La zona no se parece en nada a los años 60, antes de que esta festividad la hiciera prosperar económicamente. Tras medio siglo de bailes y folklore caribeño, ha pasado de ser una villa miseria a florecer con negocios de todo tipo en los que se puede comprar casi cualquier cosa.


Los recientes acontecimientos en Noruega, cuando un apuesto rubio armado guerrero, como un nibelungo en combate contra los dragones - al más puro estilo de los mitos de los antiguos pueblos germanos- acabó con la vida de 76 personas, nos retrotraen a las cloacas de las historias de los pueblos, que de vez en cuando nos sorprenden en sus relatos con socavones pestilentes.


Y no es que al país le falten historias con casi 12,000 años de existencia, según revelan los restos arqueológicos conocidos. Los relatos más importantes para su desarrollo como nación parten de las sucesivas uniones con Suecia, la Unión de Kalmar (como hicieron otros reinos nórdicos), Dinamarca y de nuevo Suecia hasta que un plebiscito restituyó la monarquía nacional, de carácter constitucional y parlamentario.

Bandera nazi con la suática.
La ocupación del territorio por la Alemania nazi en busca del hierro de sus minas pasó por alto la neutralidad del Gobierno noruego durante una parte del conflicto. La resistencia popular basada en una guerrilla de baja intensidad que llevó a cabo algunos sabotajes contra la impuesta dictadura fascista de Vidkun Quesling, nada tenía de comparable a la sangrienta y tenaz lucha de otros países invadidos también como, por ejemplo, Polonia.


Había una razón: la percepción, acompañada de un sentimiento de familiaridad, de reconocer como propios los lemas de superioridad de la raza nórdica (aria) impulsados por  Adolfo Hitler y sus secuaceshttp://lasnoticiasdemirta.blogspot.com/2011/07/rudolf-hess-tumba-abierta.html y que el Gobierno legítimo noruego lanzara sus retos y diatribas anti-nazis desde muy lejos, en Londres. Conocer lo que fuimos es lo que nos permite saber lo que somos.


Quizás algún tipo de sentimiento de culpa hizo a los noruegos reaccionar con desproporción a la hora de juzgar a los enemigos tras el armisticio, que puso fin a la II Guerra Mundial. Hubo decisiones controvertidas como la de instaurar la pena capital, contrario a lo que demanda la Constitución noruega, para procesar a los altos cargos por traición y crímenes de guerra. O la de detener a los enfermeros nacionales, que colaboraron con la Cruz Roja alemana, y a unas 5.000 mujeres por haber tenido relaciones con los soldados nazis.


Tal vez, la más incomprensible de todas, después de una cultura de neutralidad, haya sido la de torturar de forma inhumana a los soldados alemanes capturados, en violación de los preceptos contenidos en la Convención de Ginebra para crímenes de guerra.


Oslo quedó sobrecogida como nunca el 22 de julio pasado cuando, primero, explotó un coche bomba junto a un edificio gubernamental, dejando ocho muertos como preámbulo del horror que se cerniría sobre la isla de Utoya en ocasión de un encuentro de las juventudes del Partido Laborista, que gobierna en coalición desde el 2005. Decenas de activistas resultaron tiroteados, algunos escaparon, pero otros, hasta un número de 68, murieron en una contienda que implosionó, imprevista y voraz, de la mano de un solo hombre: Anders Behring Breivnik.

El asesino de masas junto
a su hermanastra y su madre.
¿Cómo puede un joven, a quien sus amigos le reconocen inteligencia y lealtad, llevar el caos a un país como lo hizo Breivnik tras haber echado un vistazo al abismo y sucumbir a su atracción?


Su empanada mental ha quedado expuesta en un manifiesto de más de mil páginas, incautado por la Policía,  que destila machismo, racismo y xenofobia, sin que sus allegados se percataran o no dieran importancia a las señales que hicieron salir los demonios cuando resultaba ya demasiado tarde.


Como todo poseedor de una personalidad deformada, lo que cree que ha visto o piensa que ha sucedido se convierte en imagen real en su mundo psíquico, así que tampoco resultan de fiar sus pensamientos más íntimos y oscuros plasmados con tanta verborrea.


El sexo le obsesionaba, aunque al parecer solo ha tenido una experiencia única con una mujer. Ha confesado que "una relación habría estropeado su misión". Lo más probable es que tuviera miedo de enamorarse de una fémina independiente y desenfadada al plasmar que teme a la "feminización de la sociedad", que se traduce en desear que vuelvan a las cavernas de la Edad de Piedra o como los fanáticos del Islam a que se cubran completamente para no ser objeto de deseo. Esto no le impidió planear  tener relaciones con una prostituta antes de la matanza para lo que habría reservado 2000 euros.


O tal vez temiera caer en brazos de otro hombre, porque ha rechazado y enlodado la homosexualidad, a juzgar por lo que ha escrito,  hasta límites exagerados, incluso para un homófobo al uso.


Ha sentido y siente una profunda rabia y resentimiento por su familia y para justificarlo, sea cierto o no, informa que su hermanastra padeció la enfermedad venérea de la clamidia y ha tenido más de 40 compañeros sexuales y su madre "tuvo un herpes con 48 años". Su egocentrismo le ha llevado a compadecerse a sí mismo por regresar a "ese hogar a los 31 años". Pero no fue más que un acto volitivo para seguir sin trabajar y sentirse protegido confortablemente en la casa materna.


Los hombres no quedan excentos de su juicio moral sobre una sociedad idílica en la que vuelvan a vestirse con " bonitos trajes, sombreros y quizás guantes"  y traten a las mujeres "como damas" y aboga por devolver al varón su papel de "cabeza de familia".


¡Un momento! ¡No se engañen! Breivnik creció en un barrio de clase media alta al oeste de Oslo. Los psícólogos o expertos en perfiles de asesinos tendrán en este especímen nuevos elementos para confrontar sus propios cánones. Este terrorista carece de experiencias negativas en su infancia, como él mismo reconoce. No le arrancaba las alas a las mariposas por placer ni mataba gatos y creció rodeado de "personas inteligentes", según expone en su endecha con ínfulas de ideología con el cinismo propio de quien se ríe de los demás.


Uno no puede menos que sorprenderse cuando escucha a su amigo de la infancia Peter Svaar, ahora periodista de la agencia noruega de noticias NRK, recordarlo como "muy leal, inteligente y con gran fuerza de voluntad". ¡Vaya! El tipo de hijo que cualquier madre desea tener, el novio que anhela toda mujer o el hermano que nos gustaría poder presentar a nuestros amigos. Su padre, Jens Breivnik, desearía que el justiciero rubio "se hubiese suicidado". Nada más lejos de sus planes. Se entregó mansamente a los policías, que lo capturaron en Utoya y que no lo hicieron a punta de pistola.


Breivnik está encantado de conocerse y tras la matanza dijo que sería "incapaz de matar a una mosca", otro de sus cinismos. El lado oscuro que le ha hecho cometer en pocas horas 76 asesinatos, va acompañado de una vena narcisista y ególatra, a la que nadie dio importancia en su entorno. Cuando compareció ante el juez, vestía un jersey rojo de Lacoste, olía a Chanel Platinum Egoiste y no dejaba de sonreír ante la propaganda gratuita que recibía, la que buscaba, si tenemos en cuenta la forma en que se rindió.


Aunque no lo dijera -que lo dijo- se ve que está satisfecho con su físico, al que suma ahora su estampa de guerrero, divulgada previamente en su blog, en el que aparece vestido de militar, con un rifle de los utilizados por las fuerzas SEAL de Estados Unidos. Se ha promocionado a sí mismo, en ese marco, en todas las facetas en que a su Ego le habría gustado figurar, de no haber sido tan cobarde ante la vida y haber optado por abstenerse de trabajar o ejercer una profesión más digna.

Geir Lippestad.
Su propio abogado Geir Lippestad, que alegará demencia para justificar la bomba y la matanza, admite que su cliente odia la democracia, aunque se beneficiará de su generosidad. Las leyes noruegas obligan a juzgar los hechos como si se tratara de delitos comunes y el terrorismo resultará tan solo un agravante en la pena.


Los actos de Breivnik no desencadenarán una guerra de 60 años de duración como era su delirio, pero han puesto en la mesa de debates la validez del concepto europeo de reinserción social en contraposición a una ejecución o la cadena perpetua.


El hecho en sí ha generado grandes ganancias para los periódicos, pero aún se puede más. Algunos medios, en especial noruegos, se preguntan si la policía actuó con la celeridad requerida en el caso o se "durmió en los laureles". El primer aviso llegó a las 17.38 horas, media hora despues de la llegada a Utoya del asesino y cuando las fuerzas se hallaban movilizadas en el atentado con bomba en el centro de Oslo, una acción previa de distracción. La Policía parece haber llegado a las 18.27 horas porque no disponían de medios inmediatos para acceder a la isla.


Para llegar  utilizaron un coche y después barcos privados; el único helicóptero de que disponían, aparcado a 40 kilómetros de Oslo, resultaría insuficiente para la evacuación por disponer solo de dos plazas. Tardaron pocos minutos en detener al tirador cargado de anabolizantes y lo curioso es que habitualmente las fuerzas del orden no van armadas, sus equipos reposan en los coches patrullas y solo pueden utilizarse con autorización superior.


Breivnik utilizó combustible de avión para magnificar los efectos de la bomba en Oslo y munición hueca para Utoya porque resultaba especialmente dañina al entrar con mucha fuerza en el tejido humano. Todo esto lo obtuvo en pequeñas cantidades durante varios viajes por Europa para no llamar la atención de las autoridades.


Explicado lo anterior para mantener la credibilidad de este artículo parece inadecuado hacerle el juego a quienes pretenden juzgar el comportamiento de fuerzas nada acostumbradas a este tipo de delitos después de pasado el mal trago y resultaría más productivo, en cambio, tener en cuenta lo dicho por el fiscal Christian Halto de que existe una red de grupos islamófobos y de ultra-derecha en la hasta el momento tranquila Noruega.


La jefa del servicio secreto noruego Janne Khristiansen (apuesto a que a Breivnik no le gusta ni un poquito que este cargo lo ocupe una mujer) dice que los grupos de extrema-derecha en el país son pocos y están mal organizados, sin un líder para coordinar sus acciones. Quizás ya lo tengan.


La propia Khristiansen asegura que Breivnik, de 32 años, estuvo planificando la matanza los últimos doce años y en ese tiempo, no solo se dedicó a viajar por toda Europa, sino que militó durante ocho años en las juventudes del Partido del Progreso (de extrema-derecha con un programa xenófobo y racista), pero cuya actividad no preocupa a las autoridades  porque  vigilan únicamente a los grupos ilegales, con el resto hay confianza.


Si resumimos hasta aquí lo que conocemos y sabemos de estos hechos - que conmovieron a toda Europa-, observaremos sin hacer uso de la crítica extrema falta de previsión y ceguera sobre las aventuras del ciudadano Breivnik por sectores oficiales, tanto como de familiares y amigos. ¿Cuántos más puede haber?


El crecimiento en los últimos años de las doctrinas de extrema-derecha en Europa, algo parecido a lo que tenía lugar antes de que Hitler llegara a canciller de Alemania en el siglo XX, nos sitúa ante un panorama como mínimo preocupante. El asesinato de Olof Palme hace 25 años a manos de los extremistas, el atentado el 11-M en Madrid, presuntamente realizado por el islamismo radical, pero que algunos elementos aún sin definir apuntan también a la organización terrorista vasca ETA, el ascenso de gobiernos con tintes xenófobos, en particular en el norte del continenete, y, en un escenario exterior, la tragedia de las Torres Gemelas en Nueva York y la voladura de un edificio federal en Oklahoma en 1995, cinco años antes de comenzar el nuevo milenio, nos colocan en la pista que seguiría cualquier Sherlock Holmes y conste que todavía hay más.


Nadie puede negar que las ideas populistas y demagogas de tales grupos tienen un excelente caldo de cultivo en la situación económica mundial y en particular la que ha acabado en Europa con el estado de bienestar social debido a los ajustes económicos realizados por sus gobiernos y que, en muchos casos, han obligado a las protestas y las huelgas en los países más vulnerables.


Nuestra aldea global se mueve hoy en un terreno en el que hay gente dispuesta a matar a otros con frialdad y sin la menor empatía. Estas personas pasarían por normales, como ha ocurrido con Breivnik, pero, en su fuero interno, acumulan mucho odio y resentimiento hacia quienes no se dejan manipular por ellos y rechazan sus opiniones, ideologías o religiones como verdades únicas, sin necesidad de nutrientes.


El asesino de masas noruego reconoció ante la Policía que actuó solo, al menos en las primeras horas de su captura. Puede que sea cierto si interpretamos bien su ideología fragmentada, pero ¿y los viajes por Europa? Le sirvieron únicamente para hacerse con los materiales para la masacre o tuvieron otros fines. Breivnik ni siquiera ha sido original en su panfleto, que copia varios pasajes del famoso Unabomber, el terrorista Ted Kaczynski, que durante dos décadas inundó Estados Unidos de paquetes bombas.
Jens Stoltenberg, primer
ministro noruego.
Los noruegos viven estos días en un "shock" ante lo inesperado de las acciones de Breivnik y lo consideran un paria, un utskudd. Ellos han disfrutado durante más de medio siglo de un sistema fuerte, igualitario y ausente de diferencias sociales escandalosas y son un referente en Europa al mantener intacta su política de bienestar social, generosa en su solidaridad inherente.


Casi todos se muestran conformes en cómo se están haciendo las cosas en el país con independencia de quien gobierne, sea de izquierda o de derecha. El apoyo y la solidaridad entre los noruegos es lo que hace que nadie cuestione la manera de llevar todo el asunto del primer ministro Jens Stoltenberg.


Si Breivnik pretendía acabar con esa unidad nacional ha perdido el tiempo, según puede inferirse de las declaraciones y entrevistas realizadas después de la tragedia entre la población como entre sus líderes y divulgadas por medios nacionales e internacionales. Stoltenberg ha aclarado, en el más puro espíritu noruego, que el asesino será castigado con transparencia y democracia e "incluso con amor". Que halla sido un noruego de pura cepa el autor de los atentados, parece calmar las consciencias deseosas de un proceso ininterrumpido de asimilación de los inmigrantes.


El primer ministro se siente orgulloso de vivir en un país que ha logrado mantenerse en pie frente a la tragedia, pero ha debido admitir que algo cambiará en la sociedad, tranquila e inocente, que se ha desarrollado hasta ahora.


Los terroristas odian la democracia, pero se aprovechan de ella. Lo primero que ha exigido el nibelungo desarmado para dar información sobre unas supuestas células terroristas con las que habría preparado los atentados, ha dicho al pasar de los días,  ha sido poder realizar una conferencia de prensa para explicar su teoría sobre "la invasión islamista"; ha exigido un tipo de comida especial y que los médicos y psicólogos que lo traten sean noruegos. Probablemente, le habrán concedido algunas de sus peticiones, incluso aquellas de las que no se ha informado a la prensa.


Que los extremistas se sientan protegidos por la propia democracia a la que odian debería bastar para hacer saltar las alarmas de la supervivencia, un acto primario en el ser humano, porque la infinita aceptación de sus discursos populistas y demagogos podría terminar por atarnos de pies y manos frente al enemigo, que -como todo buen jugador- no abandona en tanto vaya ganando.


El currículo de este asesino de masas nos muestra que no es el típico marginado, nacido y crecido en el seno de una familia pobre, que cuenta las monedas para llegar a fin de mes y en la que los hijos deben comenzar a trabajar a edad temprana, arrastrando una educación deficiente, que no contribuirá a abrirle puertas. Resulta que es todo lo contrario. Si reducimos la actuacion de Breivnik a la condición de loco, como pretende su abogado defensor, se corre el riesgo de que todo el asunto permanezca en la superficie en la tranquila Noruega.


Breivnik no ha mostrado arrepentimiento hasta el momento; en realidad presume de lo que ha hecho como si fuese una hazaña. Y es que, asumámoslo, no todos los asesinos se arrepienten, ni siquiera lo hace una mayoría, es tan solo nuestra moral convencional la que nos hace pensar que sí.

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